Desde los 70’ hago cerámica y fue siempre la parte de color o terminación la que más me costaba. Por ese motivo concurrí al taller de Vilma Villverde para un curso de esmaltes, casi al mismo tiempo se organizó uno de Raku del cual también participé.

Por esas cuestiones del destino cuando llegó el momento de la quema, la hicimos en mi taller.

Si bien el curso en sí me trajo la certeza de que ese y no otro sería mi camino, el detalle de la quema en mi horno eléctrico no fue menor ya que me ayudó a “animarme” a manejarlo sin temores (abrir y cerrar a 900º, manipular con las pinzas etc.)

Sacando las piezas de un horno eléctrico
Tirando viruta para la reducción previa horneada en horno de gas
Piezas en reducción
Retirando la pieza para rociarla con agua

Puedo decir sin duda alguna que tanto ese curso como la quema han sido de las experiencias más importantes tanto para el desarrollo de mis obras como para mi profesión en general.

Esta técnica, el Raku, es utilizada para lograr la reducción química de los óxidos metálicos contenidos en los esmaltes: se colocan las piezas ya bizcochadas y esmaltadas en un horno cerámico, a los 920ºC /1000º (o la temperatura para la cual se han formulado los esmaltes) se retiran y colocan en un pozo en la tierra o en un tacho con aserrín, viruta de madera o similar. En contacto con la pieza al rojo el aserrín prenderá, en ese momento se tapa el pozo o tacho y el fuego consume el oxígeno, realizándose la reducción deseada. En el caso de los esmaltes que no contiene óxidos metálicos, los blancos o transparentes, lo que se logra con esta técnica es un muy vistoso ahumado que penetra en las cuarteaduras del esmalte, producto del choque térmico.

Quién haya hecho Raku alguna vez podrá corroborar que si bien hoy en día su fin es estético y su técnica ha variado, no se ha perdido el sentido de ceremonia en cuanto a su procedimiento. Esto ocurre porque en general se hace al aire libre, entre mucha gente, se comparten momentos de alegría al sacar las piezas del horno. Además, ya que demanda algunas horas se comparte comida y bebida haciendo del Raku una verdadera fiesta.

 


Rociando las piezas con agua

 

Breve reseña histórica de esta técnica

Raku significa: goce, felicidad, placer, satisfacción, gloria del día.

Existen dos versiones acerca de la manera en que comenzó esta particular forma de cocer las piezas. Una dice así: alrededor de 1550, luego de un gran desastre natural ocurrido en Japón fueron llamados numerosos ceramistas coreanos para ayudar en la reconstrucción de las casas, uno de ellos fue Chojiro, hijo de Ameyra. Como no daban abasto con la producción comenzaron a sacar las tejas cada vez más calientes ayudándose con pinzas, así descubrieron que soportaban muy bien el choque térmico, gracias a una gran cantidad de arena que contenía la pasta.

Otra versión dice que Chojiro, debido a la gran demanda que tenían las tazas para la ceremonia del té, comenzó a sacarlas incandescentes del horno ayudándose con una pinza.

En lo personal me inclino por la segunda teoría ya que en aquella época era costumbre que cada señor feudal contara con numerosas vajillas para la ceremonia del té y que eligiera un maestro para organizar todo lo relacionado con dicha ceremonia; a su vez dicho maestro elegía a un ceramista para que realizara las piezas. Sen-no-Rikyu, gran maestro de la ceremonia del té en Kyoto, tomó como protegido a Chojiro y lo presento ante Hideyoshi, el Señor Feudal para quién trabajó toda su vida.

La sencillez de las formas de los cuencos Raku, sus colores y la austeridad en lo estético coincide con los ideales del budismo Zen: tranquilidad, recogimiento, austeridad, equilibrio.

Los colores que originalmente se usaron fueron el negro (Kuro-Raku) y el rojo (Aka-Raku; estos colores fueron adoptados no sólo por la facilidad en su obtención (uno se obtenía de una piedra en el río Kamo y el otro a partir del óxido de hierro) sino por su contraste con el color verde del té.

Algo similar ocurre con las formas de estos cuencos. Deben mostrar firmeza, equilibrio y una determinada textura agradable al tacto y al contacto con los labios. No olvidemos que los cuencos utilizados para esta ceremonia no son simples objetos utilitarios sino que tienen un fuerte soporte filosófico.

A principios del siglo pasado Bernard Leach, un ceramista Inglés, visitó Japón y, como lo cuenta en su libro “El Manual del Ceramista”, tuvo oportunidad de conocer esta técnica que lo deslumbró de inmediato. Durante su estadía en ese país se dedicó a ella y de regreso a Inglaterra la hizo conocer tal cual la había aprendido.

Más tarde un ceramista norteamericano la introdujo a los Estados Unidos y así fue como llegó a manos de Paul Soldner, padre del Raku occidental quien le imprimió los cambios que hoy caracterizan esta técnica: la reducción y el ahumado.

 

Cerámica Raku: Una técnica, una pasión
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Autoras:
Alejandra Jones
Ana María Divito

Editorial:
Editorial Belgrano, Universidad de Belgrano

 
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